Adentrarte por los caminos de la Mancha es como
penetrar en un cuadro de un bello paisaje sin fin. Planicies de
colores ocres que se pierden en el horizonte te acompañan durante un buen rato,
pero conforme vas hacia la Manchuela el paisaje cambia de forma radical.
El Júcar toma el protagonismo entre barrancos y cañones creando sinuosas formas a lo largo de la carretera.
¡Madre mía! Piensas, “si se cruza un coche qué vamos a hacer”
pero es un camino apenas transitado por bicicletas y caminantes.
El pequeño recorrido de apenas casi dos kilómetros ya te van
dando una idea del paisaje pintoresco y único que vas a visitar. Rocas y
sedimentos comidos por el viento y la lluvia que dejan ver nidos de aves y
algún que otro fósil. Y si tienes suerte, alguna cabra montesa pendiente de tus
movimientos.
Y por fin aparece el gran guardián del lugar, un hermoso y gran
Almez que vigila el camino y también las poderosas montañas que rodean el lugar,
repletas de flora y de una fauna solo visible, la mayoría de veces, a ojos
expertos.
El Cañahorro tiene una personalidad única, poderosa, aunque
humilde pero que deja una huella imborrable en tu corazón.
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