lunes, 26 de octubre de 2020

EL CAÑAHORRO: CUANDO VAS POR PRIMERA VEZ



Adentrarte por los caminos de la Mancha es como penetrar en un cuadro de un bello paisaje sin fin. Planicies de colores ocres que se pierden en el horizonte te acompañan durante un buen rato, pero conforme vas hacia la Manchuela el paisaje cambia de forma radical.


El Júcar toma el protagonismo entre barrancos y cañones creando sinuosas formas a lo largo de la carretera.


Y por fin llegas a Cubas y comienzas a ver sus famosas casas-cuevas
, donde los vecinos se asoman a mirar si es coche de paisano o de turista. En medio del pueblo hay un pequeño puente que cruza el río y que lleva a una estrecha carretera asilvestrada donde la naturaleza te va dando la bienvenida con pequeños toques que rozan la carrocería del vehículo.



¡Madre mía! Piensas, “si se cruza un coche qué vamos a hacer” pero es un camino apenas transitado por bicicletas y caminantes.

El pequeño recorrido de apenas casi dos kilómetros ya te van dando una idea del paisaje pintoresco y único que vas a visitar. Rocas y sedimentos comidos por el viento y la lluvia que dejan ver nidos de aves y algún que otro fósil. Y si tienes suerte, alguna cabra montesa pendiente de tus movimientos.


“Solo queda una curva y podrás ver a Hitchcock” me comenta el anfitrión señalando una gran piedra con el perfil del cineasta. De pronto giras, cruzas un pequeño puente y se abren a todos tus sentidos las Casas del Cañahorro. Agreste, escondida, recóndita, silenciosa y con fragancia a romero, lavanda e hinojo.



Y por fin aparece el gran guardián del lugar, un hermoso y gran Almez que vigila el camino y también las poderosas montañas que rodean el lugar, repletas de flora y de una fauna solo visible, la mayoría de veces, a ojos expertos.



El Cañahorro tiene una personalidad única, poderosa, aunque humilde pero que deja una huella imborrable en tu corazón.




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